Por: Ana Patricia Cortés

Hace 4 años, más o menos por estas fechas patrias, tomé una de las decisiones profesionales y personales más importantes de mi vida. Quizá no era la más difícil pero si la más criticable para mi familia y mis amigos que hasta la fecha siguen preguntándose si todo esto va en serio. Y la respuesta es que sí.

Los mexicanos no hemos sido educados con la cultura de tener amor por lo que hacemos, al contrario, históricamente hemos sido un pueblo guerrero que ha logrado conseguir todo con sudor, sangre y trabajo, mucho trabajo. Mucho menos estamos abiertos a la posibilidad de los comienzos y las grandes aventuras después de los 25, es como si sobre nosotros pesara una enorme responsabilidad de tomar una buena decisión a la primera y no salirnos de ahí bajo ningún pretexto por más válido que sea.

Pues bueno, hace un año decidí a mis 28 que era tiempo de comenzar de nueva cuenta una historia. No solo estaba tomando la decisión de salirme de la CDMX, una ciudad que, como siempre lo he dicho, tiene todo lo bueno y todo lo malo. Es un monstruo encantador que está dispuesto a dar todo por ti, si tú das todo por él. Al mismo tiempo estaba renunciando a mi trabajo dentro de una de las Start Ups más importantes de Latinoamérica. La sensación era extraña porque, a los ojos de cualquiera, el irme a vivir a Querétaro a impulsar un proyecto mucho más pequeño, era claramente una forma de ir hacia atrás sobre el camino ya avanzado.

Sin embargo, lo que nadie veía es que detrás de este gran paso había un proyecto que estaba superando absolutamente todas mis expectativas laborales, esas que deberíamos tener todos, las que involucran el trabajar con gente apasionada concentradas en generar un cambio social.  Así pues, me integré a un equipo nuevo lleno de mexicanos que, al igual que yo, teníamos una pasión desbordante por viajar y aunque yo no había estado trabajando con ellos de manera directa, la verdad es que conocía el proyecto en su totalidad y siempre le había tenido un amor oculto.

Y es que los viajes han sido, desde toda la vida, uno de los motores más grandes que me hacen despertar día a día con ganas de comerme el mundo con tal de descubrir cada uno de sus rincones, y la verdad es que todos han sido únicos e inolvidables. Mis viajes entre amigos siempre han estado llenos de risas, fiestas y malas decisiones (unas no tanto), los viajes en pareja han sido la forma más pura de conocer a alguien y la experiencia más enriquecedora de nutrir el amor a través de la posibilidad de mirar juntos nuevos horizonte, mis viajes en familia han sido los más disfrutables porque nunca he pagado nada ( gracias má, gracias pá), y los viajes en solitario, mis favoritos, son los que más me han gustado porque me han hecho crecer en cuestión de días y me han enseñado que las posibilidades son infinitas y que el sol sale para todos de manera indiferente no importa si estás sentado en una banca de algún pueblo mágico o si estas comiendo en uno de los mejores restaurantes de Los Cabos. El sol da calor a todos, junto con el resto del universo ante nuestros míseros y microscópicos dolores. Y seguirá saliendo cada mañana, en cada rincón del mundo al que viajes, hasta que se canse. Hasta que en serio, como corresponde, todo reviente. Mientras eso pasa, vale la pena preguntarnos si nuestros dolores y miedos son tan inmensos como lo imaginamos o tan insignificantes como no queremos verlos. Ese cambio de perspectiva es lo que pasa cuando viajas, esa es la magia de salir del lugar en el que vives.

Ese es el motor de Mexcovery, el que todos los días haya cientos de personas viajando para quitarse miedos, para ampliar perspectivas y para descubrir que el mundo es inmenso y que estamos viviendo en el séptimo lugar más visitado de todo el mundo. ¡No creo que tengamos conciencia de ello! México es impresionante y no lo vas a saber si tus vacaciones han sido el estar encerrado en un hotel con piñas coladas todo el día (se los digo porque también lo hice en algún momento). No me mal interpreten, entiendo que muchas veces lo que buscamos es descansar y no hacer nada pero si en lugar de encerrarte en un hotel, dejas que tu cuerpo flote y descanse en uno de los mágicos cenotes de Mérida, te juro que la relajación y la claridad mental con la que vas a salir será imposible de superar.

Por eso, con toda la certeza del mundo, puedo decir que a cuatro años de haber iniciado esta gran aventura, el saldo ha sido completamente a favor. Estar emprendiendo al lado de mexicanos enamorados de nuestro país me ha hecho ser mucho más consciente de nuestras necesidades como nación pero también de todas nuestras fortalezas y maravillas turísticas. He viajado y vivido experiencias que han cambiado mi vida para siempre y hemos crecido a un paso tan rápido que estoy segura en muy poco tiempo haremos que la mayor parte de la gente conozca este país que guarda las historias más interesantes que he escuchado en lengua maya, que tiene el sabor de la gastronomía más rica que he probado y que es el hogar de la gente que más he amado en toda mi vida.

Viaja por México, porque aún hay mucho que conocer. Para renovar el alma, para crear nuevas historias y para acumular la risa.